Las leyendas que explican la formación de este santuario como lugar de poder son muchas. La más importante y famosa es la que reza “A san Andrés de Teixido, vai de morto o que non foi de vivo” es decir, si no vas de vivo, irás de muerto. Esto hace referencia a la creencia de que San Andrés se sentía celoso ante la afluencia de peregrinos a Santiago de Compostela.
A lo que el Todopoderoso le prometió que, a partir de entonces, a su santuario acudirían en
procesión todos los mortales y, quien no lo hiciera en vida, tendría que hacerlo muerto, es decir, en espíritu.
Hay quien cuenta que lo que pasó en realidad fue que la barca de San Andrés arribó violentamente a los acantilados de Teixido, tras un naufragio, quedando convertida en peñascos… los peñascos conocidos como A Barca de San Andrés (porque dicen que tiene forma de barca invertida, es decir, con la quilla hacia arriba). El naufragio debió ser de órdago, con lo que Dios le compensó, prometiéndole que sería visitado y venerado por todos los mortales.
Ahondemos un poco más aún en estas leyendas y busquemos más atrás. Esta historia es como poco, curiosa. Se cuenta que cuando Dios terminó el mundo, descansó, apoyando su mano derecha sobre la región de Galicia.
Los dedos se hundieron en el suelo, aún blando como la arcilla, y dieron lugar a los valles sumergidos que hoy se conocen como rías gallegas. Debieron de ser unos dedos realmente grandes. Mucho tiempo después, Jesús, acompañado de su amigo Pedro, quiso conocer el lugar en el que su padre había descansado la mano (para creer esto hay que obviar deliberadamente todo lo que se haya podido leer al respecto en la Biblia). Entonces, ambos amigos, tuvieron que recorrer toda la Península Ibérica hasta dar con el lugar concreto, donde muertos de sed, decidieron descansar. Sin embargo, el agua no era potable y tampoco encontraron nada que comer, así que Jesús pidió ayuda a su padre. Dios le envió una manzana y en el interior estaba cobijado San Andrés, así cuando Jesús hubo saciado el hambre y la sed, el santo quedó liberado.
Por ello, Jesús encomendó el lugar a este santo, para siempre. Pero San Andrés, desolado, le pidió que no le abandonara en un lugar tan inhóspito en el que no había ni comida ni agua.
Y Jesús le prometió que, a partir de ese momento, la comida sería abundante, el agua fresca, le visitaría gente de todos los lugares del mundo y su nombre sería conocido y venerado por todos e incluso, tiempo después, también allí descansaría su hermano mayor, Santiago, quien también sería venerado por todos los cristianos. Y el santo aceptó.
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